Este cuadro de Édouard Manet cuenta con una versión previa realizada dos años antes, es decir, en 1880, la cual presenta tonalidades un tanto menos vibrantes en su paleta de colores. Observar las diferencias entre ambas versiones puede suponer un desafío para el ojo inexperto. Incrustado en el movimiento cultural del Impresionismo francés del siglo XIX, se puede afirmar, sin temor a errar, que representa una de las más destacadas expresiones artísticas de su género, específicamente, en la Naturaleza Muerta.
Unas rosas blancas meticulosamente definidas en primer plano, tienen la función de capturar la atención del espectador, mientras que las flores del fondo, con un contorno menos nítido, colores intensos y destellos amarillos, rozando el tono dorado, confieren a la obra una profundidad y volumen excepcionalmente notables.
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